La imagen es tan típica de Brasil como el carnaval de Río o la estatua de Cristo Redentor.
Los  tambores suenan al ritmo de la samba, los fanáticos saltan en las  gradas, cantando, coreando consignas, ondeando banderas, al parecer sin  importarles el resultado del partido de fútbol que se libra en medio del  estadio.
Poco a poco, este caótico panorama  está desapareciendo, en medio de un alza de los precios de las entradas a  los eventos deportivos y el ambiente de los juegos se atenúa.
Ya no es "el jogo bonito" sino "el jogo caro".
La  Copa de Confederaciones de este año y el Mundial del próximo, el  primero en realizarse en este país en 64 años, están agilizando la  transformación. 
El deporte nacional está sufriendo una metamorfosis  debido a que las entradas para los partidos incluirán ahora un número de  asiento designado.
Parecerá quizás poca cosa, pero en Brasil es trascendental.
Durante  décadas los brasileños estaban acostumbrados a ir a un estadio de  fútbol, entrar libremente, sentarse o pararse donde puedan y observar el  partido. 
Pero las cosas están cambiando: para la Copa Confederaciones y  el Mundial, las entradas incluirán el número del asiento, y no serán  baratas.
Por ejemplo, los asientos menos  costosos para el partido amistoso entre Brasil e Inglaterra - el primer  gran evento en el célebre estadio de Maracaná desde que fue renovado -  costarán 90 reales (45 dólares), 30 veces más caros que los asientos más  económicos allí hace ocho años.
El duelo  Brasil-Inglaterra se realiza apenas días antes de la inauguración de la  Copa Confederaciones, considerada el ensayo para el Mundial, que empieza  el 15 de junio. 
Maracaná será sede del partido final el 30 de junio,  así como para el final del Mundial.
"Un cambio  de precio tan grande significa que cambiará el tipo de personas que  irán a los estadios", opinó Erick Omena de Melo, un brasileño oriundo de  Río de Janeiro que realiza un doctorado en planificación urbana en la  Universidad de Oxford en Inglaterra.
"Antes  los estadios eran un lugar mucho más diverso, pero a medida que la  economía va cambiando, los estadios se están convirtiendo más en un  lugar para gente de clase media o alta y no tanto para la clase baja o  los pobres", añadió.
La organización del  público para los estadios cambiará con balcones de lujo y asientos  modernos, tanto para los seis estadios que albergarán a la Copa  Confederaciones, como los otros seis que se están preparando para el  Mundial. 
Tales cambios ya están afectando a los endeudados equipos  nacionales y seguramente le quitarán algo de espontaneidad al deporte.
 La  fanaticada desempeñaba un papel crucial en el drama futbolístico, pero  su presencia está menguando. En promedio, la asistencia a los juegos de  la liga profesional MLS en Estados Unidos es ahora mayor que la primera  división en Brasil.
"Lo que está ocurriendo es  que están transformando el modelo europeo a Brasil", destacó  Omena de  Melo, quien está escribiendo un libro sobre la historia del Maracaná. 
"Pero Brasil es realmente distinto, el ambiente de los partidos de  fútbol está cambiando. Los cambios son considerados por mucha gente como  una agresión tremenda contra la fanaticada tradicional".
Las  autoridades responden señalando que los precios de las entradas siguen  siendo muy inferiores a los de Europa, y que las medidas de seguridad en  los nuevos estadios serán nuevas y necesarias en este país donde la  violencia relacionada al fútbol es común. 
Es probable que  Brasil no  hubiera recibido la aprobación de para ser anfitrión del Mundial - y de  las Olimpiadas del  2016 en Rio de Janeiro - sin su promesa de mejorar  la infraestructura y reforzar la seguridad.
El  país sudamericano está gastando aproximadamente 3.500 millones de  dólares en nuevos estadios y reparaciones a los viejos, aunque la  mayoría de esa iniciativa está retrasada.
 Con la necesidad de trabajar  las 24 horas para cumplir con el objetivo, es seguro que los costos  aumentarán. 
 El secretario general de la FIFA   Jerome Valcke admitió que "no todos los arreglos operativos estarán al  cien por ciento" y advirtió que "esto no será posible repetirlo para la  Copa Mundial de la FIFA".
El nuevo estadio  nacional en Brasilia fue inaugurado con un costo de más de 590 millones  de dólares, el más costoso de las 12 instalaciones que se usarán para el  Mundial. Pero no tiene su propio equipo y muchos lo califican como  despilfarro innecesario. 
El estadio será usado para el enfrentamiento  inaugural de la Copa Confederaciones, el 15 de junio: Brasil contra  Japón.
Otro estadio está siendo construido en  Manaos en el estado de Amazonas, en el norte, aunque tampoco tiene un  equipo local, y otro en Cuiaba, también sin equipo.
El  ministro del Deporte Aldo Rebelo, miembro del Partido Comunista,  defiende los estadios como "centros para eventos deportivos y no  deportivos", y sugirió que serían buenos lugares para convenciones de  empresas, ferias corporativas y espectáculos.
Omena de Melo dice que el "aburguesamiento" perjudica la diversidad.
"El  fútbol en Brasil ha sido una especie de antena que capta todos los  distintos valores de la cultura brasileña y los mezcla en uno sólo",  expresó Omena de Melo. 
"Esa especie de informalidad ha existido en esos  estadios por un siglo".
 Usó el ejemplo del Maracaná para demostrar cómo han subido los precios.
El  estadio ha estado cerrado dos veces por remodelaciones en la década  pasada. Cuando estuvo cerrado en el 2005 para su remodelación con miras a  los Juegos Panamericanos del 2007, los datos de  Omena de Melo muestran  que la entrada más económica era de 3 reales (aproximadamente 1,50  dólares).
En el 2010, cuando fue cerrado  nuevamente con miras al Mundial del 2014, la entrada más económica era  de 40 reales (unos 20 dólares).
El Maracaná  reabrió hace unas semanas. Su capacidad ha sido reducida a poco menos de  79.000 personas, comparado con más de 170.000 durante la final del  Mundial de 1950, y se habla de que será compartido como sede por los  equipos brasileños Flamengo y Fluminense. En  un país donde el salario mínimo mensual es de 339 dólares, el boleto más  económico para el duelo Brasil-Inglaterra será de 90 reales (unos 45  dólares) - 30 veces lo que costaba apenas hace ocho años, e imposible de  pagar para la mayoría de los cariocas.
Telmo  Zanini, periodista deportivo local, defiende los altos precios y dice  que los cambios en los asientos será más fácil en ciudades como Rio y  Sao Paulo, pero más difícil en las provincias.
Citó  un caso reciente en la ciudad de Belo Horizonte "donde unas personas se  adueñaron de unos asientos y no querían dejarlos a pesar de que  llegaron las personas con los boletos que correspondían a esos asientos.  Tuvieron que llamar a los guardias y a la policía".
Añadió  que los precios de los boletos vienen subiendo desde hace tiempo, y que  el Mundial no tiene nada que ver con el caso. Rio de Janeiro y Sao  Paulo son dos de las ciudades más caras del mundo. 
Un kilo de tomates se  vendía a 6,50 dólares en un mercado de Rio en días recientes, y una  lata de crema de afeitar común cuesta 12 dólares.
"También  en Inglaterra o en Estados Unidos, los pobres no compran boletos",  expresó Zanini. 
"Es una cuestión del mercado. Uno no ve a gente pobre  comprando boletos para un partido de los Lakers de Los Angeles. El  Mundial no es la única razón. Los precios de los boletos vienen subiendo  desde hace tiempo. Pero con los estadios para el Mundial tendremos  estadios de mejor calidad. Antes, alguna gente no venía a los estadios  porque no se sentían seguras".
Marcello  Campos, de 29 años de edad y un fanático del equipo de fútbol Flamengo y  quien asiste a por lo menos un partido por semana, calificó los cambios  como "un poco difíciles".
"Será un reto para  los que están acostumbrados a los boletos baratos, la gente que no tiene  dinero para comprar una entrada por 80 reales (40 dólares) o 100 reales  (50 dólares). Es mucho más caro ahora".
Comentó que será aun más difícil hacer que la gente se quede sentada en los asientos asignados.
"Para  mí, es imposible ver un partido de fútbol sentado", comentó Campos. "Me  pongo muy nervioso. Tendré que concentrarme mentalmente, concentrarme  en quedarme sentado".
No obstante, admitió que los cambios podrían ser positivos al tratar de imponer algo de orden en una situación caótica.
"Tenemos que cambiar la cultura. Los cambios más o menos le dan a todos igualdad de derechos, no solo a los que llegan primero".
Uno  de los que se beneficia de los cambios en el consorcio multinacional  que en mayo ganó la licitación de la municipalidad de Rio de Janeiro  para administrar al Maracaná por 35 años. 
El consorcio está formado por  la empresa constructora brasileña Odebrecht, la empresa de deportes y  entretenimiento AEG, con sede en Los Angeles y la empresa de deportes y  entretenimiento IMX, propiedad del multimillonario brasileño Eike  Batista.
Los críticos sostienen que el acuerdo  dejó al estado de Rio de Janeiro con menos dinero del que invirtió en  el local y que llevará a la demolición de un museo de arte indígena, una  escuela pública y unas instalaciones deportivas cercanas. 
Un fiscal  público estimó que se han gastado 615 millones de dólares en dineros  públicos en el Maracaná desde el 2005, lo que suscita cuestionamientos  de por qué un consorcio privado se debe beneficiar de un proyecto que se  hizo con dinero de los contribuyentes.
El  legendario futbolista Pelé se ha pronunciado en contra de la  privatización, afirmando que el célebre estadio debe ser "para el  pueblo". 
Otros también han cuestionado la venta a capitales privados de  un tradicional espacio público.
Omena de Melo advirtió que los nuevos estadios no acabarán con la violencia ligada al fútbol.
"La violencia ligada al fútbol podría seguir allí incluso después de las remodelaciones", comentó.
"Si  la gente no puede entrar al estadio, se pondrán violentos afuera. Uno  no puede divorciar el estadio de la sociedad donde existe. La sociedad  brasileña sufre de muchos problemas debido a la desigualdad, y la  violencia es uno de ellos".